Hace muchos años, a muchos kilómetros de aquí, existía Myr Tariniel. La ciudad reluciente. Se erguía entre las altas montañas del mundo como una piedra preciosa en la corona de un rey.
Imaginaos una ciudad tan grande como Tarbean. Pero en cada esquina de cada calle había una fuente, o un árbol, o una estatua tan hermosa que incluso un hombre orgulloso lloraba al verla. Los edificios eran altos y elegantes, excavados en la montaña, excavados en una piedra blanca y reluciente que conservaba la luz del sol hasta más allá del anochecer.
Selitos gobernaba en Myr Tariniel. Con sólo mirar una cosa, Selitos veía su nombre oculto y lo entendía. En aquellos tiempos, había mucha gente que podía hacer eso, pero Selitos era el nominador más poderoso de cuantos vivían en aquella época.
Selitos era amado por la gente a la que protegía. Sus juicios eran estrictos y justos, y no había nadie que pudiera influir en él con falsedades o engaños. El poder de su visión era tal que podía leer los corazones de los hombres como si fueran libros de gruesas letras.
En aquellos tiempos se libraba una guerra terrible en un vasto imperio. La guerra se llamaba Guerra de la Creación, y el imperio se llamaba Ergen. Y pese a que el mundo jamás ha visto un imperio tan magnífico ni una guerra tan terrible, ambos ya solo viven en las historias. Hasta los libros de historia que los mencionaban como rumores inciertos se han convertido en polvo.
La guerra duraba tanto que la gente apenas recordaba los tiempos en el que el humo de las ciudades incendiadas no ennegrecía el cielo. Antaño había habido cientos de hermosas ciudades esparcidas por todo el imperio. Había peste y hambre por todas partes y, en algunos sitios era tal la desesperación que las madres ya no lograban reunir suficiente esperanza para ponerles nombres a sus hijos. Pero quedaban ocho ciudades: Belen, Antus, Vaeret, Tinusa, Emlen y las ciudades gemelas de Murilla y Murella. Por último estaba Myr Tariniel, la más grande de todas y la única que no estaba marcada por largos siglos de guerra. La protegían las montañas y unos valientes soldados. Pero la verdadera causa de la paz de Myr Tariniel era Selitos. Utilizando el poder de su visión, Selitos vigilaba los puertos de montaña que conducían a su amada ciudad. Sus estancias estaban en las torres más altas de la ciudad, para que pudiera divisar cualquier ataque mucho antes de que llegara a convertirse en una amenaza.
Las otras siete ciudades, que no contaban con los poderes de Selitos, se protegían de otras maneras. Depositaron su esperanza en gruesos muros, en la piedra y en el acero. Depositaron su esperanza en la fuerza de los brazos, en el valor y en la sangre. Depositaron su esperanza en Lanre.
Lanre había luchado desde que podía levantar una espada, y para cuando empezó a cambiarle la voz, peleaba como una docena de hombres hechos y derechos. Se desposó con una mujer llamada Lyra, por la que sentía un profundo amor, una intensa pasión.
Lyra era terrible y sabia, y tenía tanto poder como Lanre. Pues mientras que Lnare tenía la fuerza de su brazo y el apoyo de hombres leales, Lyra sabía los nombres de las cosas, y el poder de su voz podía matar a un hombre o aplacar una tormenta.
Pasaban los años, y Lanre y Lyra combatían hombro con hombro. Defendieron Belen de un ataque por sorpresa, salvando la ciudad de un enemigo que la habría destruido. Reunían ejércitos y hacían comprender a las ciudades la importancia de la lealtad. durante largos años rechazaron a los enemigos del imperio. La gente, que se había dejado vencer por la desesperación, empezó a sentir que la esperanza volvía a arder en su interior. La gente confiaba en alcanzar la paz, y depositó esas débiles esperanzas en Lanre.
Entonces llegó la Nagra de Vessten Tor. Nagra significaba "batalla" en el idioma de la época, y en Vessten Tor tuvo lugar la mayor y más terrible batalla de esa terrible guerra. Los ejércitos lucharon sin cesar durante tres días bajo el sol, y sin cesar durante tres noches a la luna. Ningún bando consiguió derrotar al otro, y ambos se resistían a retirarse.
Sobre a batalla en sí sólo tengo una cosa que decir. En Vessten Tor murieron más personas de las que viven hoy en día en el mundo.
Lanre siempre estaba donde la batalla era más cruenta, donde más lo necesitaban. Nunca soltó la espada ni la enfundó en su vaina. Al final, cubierto de sangre en meido de un campo sembrado de cadáveres, Lanre se enfrentó, solo, a un terrible enemigo. Una besita enorme con escamas de hierro negro, cuyo alimento era una oscuridad que sofocaba a los hombres. Lanre peleó con la bestia y la mató. Lanre consiguió la victoria, pero la pagó con la vida.
Una vez terminada la batalla, y cuando el enemigo ya se había retirado detrás de las puertas de piedra, los supervivientes encontraron el cadáver de Lanre, frío e inerte, cerca de la bestia que había matado. La noticia de la muerte de Lanre se extendió rápidamente, cubriendo el campo de batalla con un manto de desesperación. Habían ganado la batalla y habían cambiado el curso de la guerra, pero todos sentían un frío intenso en su interior .La pequeña llama de esperanza que todos habían cultivado empezó a parpadear y a apagarse. Habían depositado todas sus esperanzas en Lanre, y Lanre estaba muerto.
En medio del silencio, Lyra se quedó de pie junto al cadáver de Lanre y pronunció su nombre. Su voz era un precepto. Su voz era de acero y piedra. Su voz le ordenaba que volviera a vivir. Pero Lanre yacía inmóvil y muerto.
Con temor, Lyra se arrodilló junto al cadáver de Lanre y susurró su nombre. Su voz era una llamada. Su voz era de amor y de deseo. Su voz le pedía que volviera a vivir. Pero Lanre yacía frío y muerto.
Desesperada, Lyra se echó sobre el cadáver de Lanre y lloró su nombre. Su voz era un susurro. Su voz era de eco y de vacío. Su voz le suplicaba que volviera a vivir. Pero Lanre yacía sin aliento y muerto.
Lanre estaba muerto. Lyra lloraba y le tocaba la cara con manos temblorosas. Alrededor, los hombres giraron la cabeza, porque era menos doloroso contemplar el campo ensangrentado que el dolor de Lyra.
Pero Lanre oyó la llamada de Lyra. Lanre se volvió hacia el sonido de su voz y fue hacia ella. Lanre regresó de detrás de las puertas de la muerte. Pronunció el nombre de su esposa y abrazó a Lyra para consolarla. Abrió los ojos e hizo cuanto pudo para enjuagarle las lágrimas con sus temblorosas manos. Y entonces respiró hondo y volvió a la vida.
Continuará...
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